lunes, 18 de mayo de 2015


MITOS Y LEYENDAS PERUANAS

Leyenda Ancashina

En Carcas, pequeño poblado del distrito de Chiquián en la provincia de Bolognesi, hay un cerro llamado Huanya. En su interior duerme un fabuloso tesoro que los incas ocultaron a la codicia de los españoles. El Dios Sol decretó que un venado corpulento, de hermosa piel y cuernos relucientes, debía tener la eterna misión de cuidarlo.


El tesoro del duende

Cuenta esta leyenda que en una casona de la localidad peruana de Huacho, unos ciento cincuenta kilómetros al norte de Lima, habita un duende que se hace presente a los moradores únicamente si éstos se lo permiten. Si lo hacen, reciben un premio en metálico que los hace ricos para el resto de sus vidas, pero antes deben superar la prueba que el duende les impone demostrándoles su valor.
En una ocasión, una pareja de ancianos que hace poco se habían mudado a la casa escucharon por la noche un vozarrón, que no era otro que el del duende, preguntándoles si querían recibirlo. Todos los anteriores moradores habían huido despavoridos al escuchar una voz tan estentórea, pero no fue el caso de los ancianos, quienes amablemente le respondieron que sí, que deseaban recibirlo. Acto seguido, el duende se hizo presente, bajo un aspecto amigable, y como recompensa por su amabilidad les regaló una enorme cantidad de monedas de oro, con las que los ancianos costearon largamente sus necesidades por el resto de lo que les quedaba de vida. Al morir, la casa se ocupó brevemente con una joven familia, pero al oír la invitación del duende una de las primeras noches de su estancia en la casa, se retiraron velozmente, presas del susto. Se dice que la casa permanece por estos días desocupada.
El perro de las pulgas de oro

Esta leyenda procede del distrito de Hualmay, en la provincia de Huaura, en la zona del Pacífico Central.
Se cuenta que un perro deambula por la ciudad a cualquier hora, con aspecto descuidado, flacucho y hambriento, y que busca refugio en cualquier casa o comercio de la ciudad. De pronto, el animal comienza a rascarse con vehemencia, como si su pelaje estuviera infestado por las pulgas, lo que produce en quienes lo observan una sensación de rechazo. El resultado es que el pobre perro es echado de la mayoría de los lugares en los que mendiga un poco de cariño y alimento. Pero detrás de esta escena existe un secreto: a quienes le brindan un poco de calor y comida, el perro premia con una recompensa inusual: las pulgas que se ha quitado de su piel no son tales, sino pequeñas pepitas de oro. Quienes le ha dispensado un poco de cariño al animal encuentran así su justo premio.

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